Los cuarenta y cuatro años que vivió le bastaron para convertirse en uno de los más genuinos maestros del relato corto. Una vida relativamente efímera pero atiborrada de causalidades cotidianas. La vida de Chéjov no fue tan diferente a la de sus personajes.
Quería comenzar esta reseña por el final de su vida. En chejoviano sería algo así.
Había terminado de bañarse en el sauna cuando comenzó a toser nuevamente. Seguía pensando en las enfermeras alemanas que estaban en el turno de la noche, aún postrado en la cama para poder respirar. ¿Como alguien podría morir así?, pensó.
Si eres un ávido lector del maestro ruso estarás bastante ofendido por el párrafo anterior. De hecho estas a punto de cerrar esta ventana. Buscaras en la web la sala seis y luego analizaras línea a línea la metodología chejoviana. Pero si aun te mantienes en Nanacinder es porque has leído las reseñas anteriores, o porque te ha encantado el párrafo, o lo más probable, que quieres leer más de Antón Chéjov. Sea cual sea la razón de tu insistencia, adelante compañero.
Su muerte a los cuarenta y cuatro años ocurrió en Selva Negra, un centro sanitario en las montañas alemanas para enfermos respiratorios. Fue un 15 de julio de 1904. Tenía al menos una década mal viviendo con la tuberculosis. Se mantenía en correspondencia postal con su hermana, Masha. En la última carta enviada por Antón, le contaba a Masha lo disgustado que estaba por la forma de vestir de las alemanas. Murió allí y lo trasladaron en su ataúd en un tren. Iba el cuerpo en un vagón refrigerado en la misma nevera donde guardaban las ostras frescas para la cena.
Fue médico y vivió de la literatura, escribía relatos breves (muchos relatos breves) y a finales del siglo XIX, se contagió de tuberculosis. Ya con esos puntos cardinales en la supuesta vida de 1Antosha Chejonté puedes hacerte una idea del personaje humano ¿O estoy confundiendo al autor con uno de sus personajes?
Para 1979 emprendía la travesía de ingresar a la facultad de medicina y comenzar a escribir relatos para vender y publicarlos con la idea de tener algo con que sobrevivir mientras su padre huía hacia Moscú, culpable de la inminente quiebra del negocio familiar que incluso podría llevarlo a la prisión. Fue allí cuando se separó de su familia.
La necesidad económica le obligaba a construir los relatos ajenos a su propia situación. Comenzó contando historias de veneración por el pueblo ruso o incluso eligió las austeras ideas tolstoyanas como trama de sus obras que poco a poco se iban calando entre los grises lectores del bulevar. Aquella absorbente necesidad creativa de sobrevivir le fue rasgando la voz con cada nuevo cuento. En algún momento, esa herida abierta que cada noche presionaba con sus propias manos contra la tinta evocaría un sangrado descontrolado de imaginación dirigida por una nueva voz. El concepto de voz literaria jamás había tenido tanto sentido hasta esa ruptura entre lo leído y lo escrito. Chejov dio rienda libre a su estilo y con el pasar de los años (y las hojas) sus personajes comenzaron a fluir por las calles rusas esperando pacientemente la muerte con desprecio y anhelo.
No pretendía aportar un mensaje nuevo o «encantar» afectadamente, y con ese fresco descaro y falta de prejuicios fue desarrollando un género que llegará a dominar como pocos, constituyéndose en uno de los referentes del mismo de toda la literatura universal. ¿Cómo le llamamos a esa voz? Raymond Carver le llamaría ficción minimalista. Otros, como Hemingway o Bukowski realidad transgresiva. Las corrientes chejoviana marcaron profundamente el método y la voz de estos escritores y otros tantos que hoy en día recienten en las librerías del mundo. Aguilera en 2019 define a Chéjov como un escritor de personajes obsesivos, confusos, amorales, breves (nunca escribió una novela), atrapados, a contrapelo de sí mismos, en su propia trampa cotidiana.
Como en todas las reseñas de cuentos anteriores, escojo de mi biblioteca un libro. Esta vez no es robado (lo juro por palabra ante el burgomaestre Aliapov y sus ayudantes Efimov, Ivanov y Gavrilov) sino que ha sido un regalo de estas navidades. Una edición de bolsillo de Austral (sello planetario), con un llamativo azul claro y la ilustración de Anton Chejov rubio, con su barba bien acomodada, un traje con corbatín y su mirada hacia la izquierda, contenidas en minúsculas gafas. Esta antología de cuentos incluye relatos de diferentes etapas de su obra. Once en total donde además de La Sala Seis, también están recogidos El enmascarado, Un conflicto, Las señoras y el escogido para este articulo: Prichibeyev.
La particular razón en la elección de este cuento no es muy diferente a si hubiera escogido otro del índice. Podría resaltar que en su brevedad (con las 1358 palabras según la traducción en español) asombra por su precisión y sobriedad, como si la historia se relatara sin ningún tipo de intención estética sobre las tres o cuatro folios que alcanza.
Prichibeyev es un hombre al que se le acusa por ultrajar a un grupo de cuatro policías y seis campesinos una tarde en la que estos se encontraban reunidos a la orilla de un rio por la aparición de un cadáver.
Prichibeyev es un personaje profundamente marcado por la ley. Se encuentra ante el juez inicialmente orgulloso de enfrentarse a la ciudadanía rebelde (incluidos policías) por una supuesta aglomeración cuando el juez en plena facultades, le explica al hombre enjuiciado que su labor no es hacer circular a las personas y que su delito es insultar y violentar a los miembros del orden público.
«Por qué tanta gente reunida?— pregunté—. ¿Con qué derecho? ¿Acaso la ley autoriza las aglomeraciones?»
La personalidad de Prichibeyev se parece a una carretera montañosa, con curvas cerradas que no permite minutos para contemplar el paisaje. Se indigna ante el juez, a quien también acusa de colaborador, corrupto e inútil. Las personas que se encuentran en la sala aprovechan el momento para gritar los quince años de incumbencias, altercados y otras tantas historias de su vecino, sobre todo desde que volvió del servicio militar.
“Prichibeyev se vuelve hacia la sala, mira a los asistentes y empieza a indicar con el dedo: 4 —¡Ese se rió! ¡Y aquél! ¡Y aquél otro también! Pero el primero que se rió fué Sigin. «¿Por qué te ríes?»—le digo—. «Porque—me responde—al juez no le incumben estos asuntos.»”
El juez explica al acusado la falta de autoridad para prohibir las aglomeraciones hasta tal punto de infligir en el día a día de la comunidad. También pone en valor el trabajo de los policías ante tal situación y vuelve a repasarle al hombre, ya indignado, cuales son sus limitaciones en la sociedad. Pero para este punto, Prichibeyev esta enemistados con todos en la sala. Incluso con quien a primeras, le veía como la máxima autoridad. Aprovecha el silencio del juez para pedir la palabra y entonces saca de su bolsillo una lista donde ha escrito lo que él considera fechorías dentro de su vecindad.
“Saca del bolsillo un papel muy sucio, se pone los lentes, y lee: «Ivan Projorov, Sarra Mikiforov, Petro Petsov. La viuda Ana Chustov tiene relaciones ilícitas con Lemen Kislov. Ivan Sverchok y su mujer son brujos”
Tras tal desfachatez el juez levanta la voz y pierde la poca paciencia. Primero lo manda a callar y luego sentencia: Un mes de prisión para Prichibeyev. El acusado, ahora condenado mira al juez lleno de extrañeza; en sus pensamientos lo tiene claro: no está a favor suyo. Ni siquiera es capaz de comprender su conducta y se pregunta, ajeno de ironías, basado en su inaudible moral el porqué de tal veredicto.
“—Prichibeyev es condenado a un mes de prisión. —¿Por qué?—pregunta-. ¿En virtud de qué ley?”
Pensando que el problema de aquella vecindad esta resuelto y que de una vez por toda el antiguo militar aprenderá a convivir después de su castigo, estos se aglomeran en jubilo a las afueras de la sala, algo que a Prichibeyev no le hace gracia.
No puede contenerse y grita, según su costumbre:
“¡Circulad! ¡Circulad! ¡Nada de reuniones! ¡Cada cual a su casa!”
Hasta una próxima reseña,
Henri E. Tomé,
Febrero 2024.
1Antosha Chejonté fue uno de los primeros seudónimos utilizados por Chejov, el cual escribía relatos humorísticos cortos y caricaturas de la vida en Rusia. Se desconoce el numero exacto de relatos escritos con este seudónimo pero se sabe que gano rápidamente fama en la sociedad rusa.
Y sin duda alguna, el misterio radica en lo que “Toma la casa” debido a que no nos describen mucho de estos “seres” tan solo el ruido sordo que generan tras las puertas que los propios protagonistas tienen que ir cerrando para protegerse de ellos...
Debo confesar que este libro ha sido robado de la sala de espera de un hospital mientras esperaba la consulta de Alergología. Ahora, procedo a describir el libro que me acompaña esta mañana de verano.