El primer capitulo nos presenta a un hombre perdido en la lectura y nos advierte de su irremediable destino «De los que no saben perder pero que nunca han ganado»
Comienzo a leer esta novela en un café de la plaza de Compostela en Vigo. Un precioso árbol de navidad ilumina el centro de la plaza y cada farola esta decorada con renos o campanas navideñas. Emei observa aquel hombre con atención. Tiene su rostro tan cerca del libro, con su cuerpo encorvado sobre este. A mi lado una pareja discute sobre otras ciudades que también se iluminan en estas épocas: Londres, Madrid, Viena, Amsterdam, Copenhagen… Y yo me preguntó ¿En aquella ciudad del sur francés, será tan bonita la navidad?
Emei es una joven curiosa y desea saber sobre aquel libro que le ha arrebatado una lagrima al pintor, Lo escribió un viejo amigo mío… Sobre una casa en un campo de girasoles. Vuelvo a preguntarme ¿tendrá aquella historia un final feliz?
Nanacinder vuelve del norte y su tren hace parada en una nueva historia que escribe Javier De Franca. Su prosa sigue llevando un hilo narrativo fantástico pero esta vez la historia se concentra en un viaje entre la realidad y la nostalgia. Los personajes van formando las redes emocionales que permiten al lector saltar sobre ellas y los paisajes que van siendo testigos de la historia de Emei van floreciendo como un campo de girasoles cuando acaba la lluvia.
En su portada vemos una preciosa chica frente a un lienzo. Pero ella ignora al lienzo porque está viendo hacia el lector. La mirada nos invita a escuchar su historia y ver los colores del arcoíris. La editorial nos describe la novela como un romance leve que goza de belleza y que perdura en la memoria del lector como un pozo de tristeza. Javier De Franca narra la historia de una joven que huye de la tristeza tras la muerte de su madre y encuentra en un antiguo taller de arte al pintor que va recordando aquel romance que le revolvió el alma. Mientras ella va uniendo las pistas que la llevan a conocer su pasado, el pintor se hunde en las amargas lagunas de la locura. Mujeres que pasaron por su vida van dejando una marca imborrable en su corazón mientras el es incapaz de aferrarse a lo único que le queda.
—Sí se te ocurriera una idea perfecta para un cuadro, pero supieras que nunca nadie sabría admirarlo, ¿Tendrías algún motivo para pintarlo? Claro que sí, por una simple cuestión, sabes que aquel cuadro es perfecto.
Avanza la historia y con ella la lluvia sumisa del tiempo. Las luces de navidad siguen brillando en la ciudad. En uno de los capítulos recordamos un episodio en la vida de Emei. Rotterdam y una niña de ocho años refugiada entre los brazos de su madre bajo la incesable lluvia. Que más da si mojarse con la lluvia es como tomar un baño pero con ropa. Su madre sonríe. Una sonrisa extraña ¿Ese es el último recuerdo de aquella sonrisa?. La historia va dando tumbos entre la tristeza y la nostalgia. Preguntas que hace una niña sobre su padre ausente, sobre la pobreza o sobre el miedo van envolviendo aquella sonrisa maternal en un oscuro desenlace. Veo pasar un cometa en el cielo. Pido un deseo.
¿Dónde desarrolla la imaginación un artista?
En febrero de 1888 Vicent Van Gogh se instaló en Arlés en busca de la luz del Mediterráneo. Allí pinta en un año unos 150 cuadros y realiza muchísimos más dibujos. Fue en Arlés donde empezó a utilizar las pinceladas ondulantes y los amarillos, verdes y azules intensos, que protagonizan su obra. Gauguin pasó algún tiempo con Vincent en la famosa “casa amarilla”, una convivencia que finalizó con el holandés cortándose el lóbulo de la oreja izquierda. Entre los cuadros pintados en esta época, figuran algunos los más célebres, como Los Girasoles, Autorretrato o La habitación del pintor. Este pequeño dato histórico me hace imposible no asociar la historia del pintor que narra Javier De Franca. En su juventud (a lo largo de los doce capítulos que compone esta novela) el pintor va buscando un lugar donde refugiar sus ideas junto a un grupo de artistas de diversa índole quienes van enfrentándose a los desvanes de la vida. Entre ellos, el amor.
“Como es propio de una edad avanzada, la muerte significaba apenas el final de un día, no muy distinto a cuando el sol se esfuma y la luna se pone, anunciando una nueva noche.
Sin embargo, el viejo cantero deseaba vivir un poco más”
Termino de leer el libro en Lourdes, apenas unos días pasado la noche vieja. La gruta de la virgen esta envuelta en una inmensa atmosfera de tranquilidad. La historia de Emei me ha conmovido. El relato ameno, las andanzas por recuerdos vivos del pasado y las ocurrencias del pintor van fogueando una novela dulce y compuesta, sin exagerados añadidos ni emociones difusas. La historia va centrada, coherente y sórdida. Una novela que puede llevar al lector a la calma, como en esta atmosfera fría y serena. Miro al cielo, la llovizna a cesado y al horizonte, hacia el golfo, se divisan los colores de un arcoíris.
Hasta otra reseña, frutas tropicales.
Eva F. Vasquet
En el sur de Francia, una joven pintora busca refugio de su dolor. Tras la muerte de su madre conoce a un melancólico pintor, quien se convierte en su maestro y le enseña todo lo que sabe sobre el arte y también le ayuda a encontrar su propio camino mientras él se pierde en los desvanes de la locura.
La historia es azotada por una lluvia constante, símbolo de la soledad y la melancolía, pero también de la esperanza. A medida que Emei aprende a pintar, también aprende a aceptar su soledad y a encontrar la belleza en el mundo.