Creada entre 1797 y 1798, el Aquelarre de Francisco de Goya es una evocación al miedo y el prejuicio de la superstición que duró desde el medievo hasta más allá de los años del propio pintor. Es también una sátira, una burla a cómo el imaginario popular pensaba en las brujas.
Dando un vistazo a la obra, encontramos un grupo de brujas reunidas bajo la luz de la luna, rodeando a un macho cabrío —diablo—, la muerte no se ausenta en esta escenografía y el cielo, lo encontramos nublado y animales nocturnos volando en él. El horizonte se pierde tras las colinas al fondo.
Para poner al tanto a quien no lo sepa, un Aquelarre era el nombre que se le daba a grupos de brujas que —supuestamente— se reunían en ciertas noches a invocar al Demonio y otros entes.
Las mujeres que conforman este Aquelarre, algunas jóvenes, otras ancianas y todas malgastadas y con expresiones casi grotescas, ofrecen niños —vivos o muertos— al demonio.
Ahí encontramos, dos claros ejes de la superstición del medievo y posterior.
El primero, las brujas como devoradoras de niños, una especie de Coco. Un cuento que se le contaba a los niños para que se portasen bien y que los adultos también se creían.
El segundo, la representación, que aún hoy perdura, del Diablo, o más bien, del anti-cristo, representada como un macho cabrío. Recordemos bien que para el cristianismo, Jesús es el cordero que vino a morir por la salvación, el cordero sin mancha del mundo.
Así, por ende, su adversario, el que viene por la destrucción en vez de la salvación, es lógicamente, un macho cabrío oscuro y opuesto a Jesús.
El macho cabrío se encuentra en el centro de la composición, como protagonista de la obra, sentado como un antropomorfo, un animal antinatural antes siquiera de identificarlo como un demonio. Con las brujas del primer plano, compone una triangulación hacia arriba, siendo el vértice superior la cabeza del macho cabrío, el mismo lugar en el que se comienza a leer este cuadro. Donde también inicia un vórtice que recorre todo el círculo del aquelarre y regresa de nuevo al demonio.
A éste, también lo vemos coronado con unas ramas de Vid, una representación tradicional del dios griego del Vino y la Juerga, Dionisio o también llamado Baco por los romanos.
Una representación que pudiera resultar extraña, puesto Dionisio/Baco era un dios griego/romano, no un demonio cristiano. Pero aquí encontramos dos cosas: La primera, que Jesús le pusieron una corona de espinas durante su martirio, representando así su dolor y sufrimiento, el rey de los sufridos. Mientras que la corona de Vid, sería la corona de los excesos, el vino y los borrachos, bien que dionisio era un dios del exceso.
La segunda cosa a tener en cuenta, es que un día habitual para celebrar el culto a Dionisio (pues le celebraban más de una fiesta, logico para el dios de la juerga) presidia a lo que para los judío sería el Sabbath, el sabado.
Y aunque para el judeocristianismo, el Sabbath era un día sagrado de culto a dios, la propaganda cristiana en el vaticano, convenció a las masas durante la edad media de que el Sabbath era un día de culto al demonio, de esta forma potenciaron la prersecución hacia los judíos, asociandolos con cultos brujiles y paganos.
En fin, las ramas de Vid que coronan al macho cabrío, representaría una corona de excesos y también el inicio de una noche pagana.
En cuanto a las brujas que aparecen en la pintura, las del fondo apenas distinguen sus rostros sin detalles y con trazos fuertes y rápidos del pincel de Goya. Hay tres de ella al lado izquierdo del demonio —derecha del espectador— y llama especialmente la atención una cuarta bruja a la derecha del macho cabrío, justo por detrás, está sola sin tocar a esa trinidad de brujas a su izquierda, y si bien su rostro apenas se distingue y no tiene más detalles que su claroscuro, está bruja resalta con una clara expresión de sufrimiento que se logra entrever entre la simplicidad y fuerza de las pinceladas de Goya. Se ve vieja, parece muy anciana y demasiado desgastada e incluso, recuerda a la imagen de un cadáver.
Luego en primer plano, encontramos a otro grupo de brujas.
Tres de ellas, justo delante del macho cabrío, a su derecha.
Una, joven y de perfil, a los pies de su maestro, se atreve a mirarlo a la cara. Está en medio de dos brujas. Una de ella más gorda que el resto y un rostro triste e igualmente cansado, mira directamente a su compañera sin alzar la vista. La tercera bruja, la encontramos semi acostada enfrente del macho cabrío, los pies descalzos y la cabeza oculta tras una capuchas, dándonos completamente la espalda, parece estar mirando a la bruja del medio, más no podemos ver en verdad su cabeza. De la zona de abajo de la tela con la que oculta su cabeza, se asoman unos pies infantiles.
Luego encontramos otra trinidad de brujas.
Una de ellas, la más a la derecha del cuadro —izquierda del demonio— y sostiene un niño en mano mientras parece implorar algo. Es tal vez, la figura más curiosa de la imagen, puesto su figura recuerda sin dudas a la de una virgen sosteniendo al niño, a Jesús. Pero esta bruja del Aquelarre de Goya, no muestra un rostro sereno y puro como el que se usa para representar a María, la virgen. Sino, un rostro cansado que refleja sufrimiento y en verdad, no se sabe si el niño en sus brazos está vivo o muerto, pero casi con seguridad, lo está ofreciendo al diablo. Una forma curiosa y casi macabra de similar una tradicional composición de la Virgen.
En esa misma trinidad, encontramos a una mujer muy anciana que sostiene en brazos el esqueleto de un infante, ésta, al igual que su compañera, está ofreciendo el cuerpo al macho cabrío, más no implora de la misma forma, sino que desvía la mirada, como sin atreverse a mirarlo a los ojos.
Por último, la tercera bruja de esa trinidad, pasa casi desapercibida, oculta entre sus dos compañeras y apenas logramos ver su rostro, que se asoma justo entre los dos niños que están siendo ofrecidos al macho cabrío.
La horrenda escena de las dos mujeres entregando a los niños —uno tal vez vivo y el otro solo en huesos— no acaba allí y encontramos otro niño, muerto y descomponiéndose, a los pies de la mujer que se cubre la cabeza, y de su misma ropa, como ya mencioné, se dejan ver los pies de otro infante, que podemos prever, también está muerto.
Por último, más atrás del círculo de las brujas, podemos ver un mástil que se alza inclinado y del que cuelgan varias figuras humanas ahorcadas, posiblemente brujas, haciendo alusión al común castigo inquisitorial hacia las acusadas de brujería. La Horca.
Ahora hablemos del cielo.
Un oscuro cielo nublado, pero a mi parecer, contrariamente una noche demasiado clara.
La luna tiene un detalle especial que si sabes sobre arte o si tienes buen ojo para los detalles, te habrás dado cuenta.
Un detalle que encontramos en cualquier obra donde aparece una luna. Cuadros, dibujos, ilustraciones, etc. Rara vez no ocurre y nunca nos damos cuenta.
La luna es enorme, desde la tierra jamás una luna se nota de ese tamaño en el enorme manto del cielo nocturno, claro, de dibujarla a la escala real que le corresponde, apenas veríamos un pequeño punto en el cielo del cuadro.
Es un detalle que encontramos casi en cualquier cuadro, dibujo e ilustración en la que se represente el astro lunar, pues como es lógico, de hacerla a la escala real del tamaño del lienzo u hoja, sería tan solo un pequeño punto de luz.
El aquelarre de Goya, es, en resumen, una evocación al prejuicio tradicional, arrastrado desde la edad medieval y que a suerte nuestra, la obra se sigue conservando en buen estado hoy en día.
El cuadro pertenece a la colección del Museo Lázaro Galdiano, uno de los tantos templos del arte que hay en Madrid.